Todo el mundo piensa en el tiramisú como el postre italiano clásico por excelencia. Se imaginan a una Nonna pacientemente haciendo los dedos de señora y mezclando el mascarpone con los huevos mientras entra el sol de la Toscana por la ventana. Pero sabían que en realidad es un postre que se volvió popular hasta los 80s y que en su forma más pura ni queso tiene.

Yo honestamente no sabía y fue hasta que me puse a leer acerca del postre mientras desarrollaba esta receta que me dí cuenta. Siempre asumí que era un postre de entre 1890-1910. En esta época muchos ingredientes se volvieron más accesibles y muchos restaurantes empezaron a innovar y generar muchas recetas que hoy se consideran clásicos.

Pero resulta que en el caso del tiramisú su forma más pura es simplemente un sencillo zabaglione (crema hecha con yemas batidas con azúcar hasta que espesen) servido con un chorrito de espresso y con galletitas o pan tostado. Glow up total.

La versión que conocemos hoy pareciera que fue inventada en los 60s por Speranza Garatti pero ella lo llamaba copa imperiale. Su versión luego fue adaptada por su amigo Ado Campeol para ser usada en su restaurante Le Beccherie y fue ahí donde se le empezó a llamar tiramisú. Entre ellos luego hubo una disputa hasta el día en que murió Garatti acerca de quién había sido el inventor original.

En los 80’s los postres en restaurantes estaban buscando ser un poco más ligeros para así lograr tentar a los comensales aunque estuviesen llenos. Postres aireados tipo mousse o pudín eran muy populares. Aquí entró al juego el tiramisú y ya para 1985 habían más de 200 variaciones en menús de todos los Estados Unidos.

Unos con huevo, otros solo con yemas, sin licor, con licor, exclusivamente hechos con vino marsala o más atrevidos hechos con ron o licor de café, en tacita o hecho para partirse como un pastel. Todo el mundo quería tiramisú y la demanda dio pie a muchos estilos diferentes.

El tiramisú es de hecho uno de mis postres favoritos pero para mí debe cumplir con tres factores principales:

Número uno, tiene que ser hecho con dedos de señora tipo savoiardi italianos. Si no es con estas galletitas siento que le hace falta algo, su sabor a vainilla y el azúcar que tienen en su superficie son bastante particulares

Número dos, tiene que ser con queso mascarpone. Puede que no lleve huevos o yemas, no importa, pero me lo dan hecho con queso crema americano y me voy a dar cuenta. Les estoy hablando a ustedes hoteles de playa todo incluido.

Número tres, para mí tiene que ser con licor de café, si es Kahlúa mejor. Lo que me gusta hacer es mezclar espresso o café bien fuerte con una onza de Kahlúa y con eso es que mojo los savoiardi.

Desde hace como 4 años he venido notando una tendencia de tiramisús alternativos. Con sabores diferentes pero igual aplicando la fórmula de capas alternadas de deditos humedecidos y de crema.

Con nutella, de pumpkin spice, de frutos rojos, matcha, caramelo, banano, chocolate y rompope. Ahora se vale hacer tiramisú de lo que sea y eso fue lo que quise hacer hoy.

Pensando en la torta que siempre pedía mi abuela para su cumpleaños en los 90s me inspiré para hacer esta versión que yo diría es como un híbrido entre tiramisú, tres leches, esa torta de melocotón y un cheesecake. ¡Go team lácteos!

No se intimiden ya que es facilísimo de preparar y en media hora ya lo tienen listo en el refri. Eso sí deben dejarlo refrigerar por lo menos 4 horas para así permitir que la crema corte, que los deditos de señora hayan absorbido todos los líquidos y que los sabores se hayan mezclado bien.